febrero 11, 2009

Precursores de los_ R 0 B o T S


Hermanos Banū Mūsā

Eran tres los hijos de un astrónomo e ingeniero persa llamado Mūsā ibn Shākir (de ahí su apellido, hijos de Mūsā). Vivieron en el Bagdad del siglo IX, que en aquellos tiempos era la capital científica del mundo, y se dedicaron a la ingeniería, astronomía/astrología, mecánica y ciencias en general. Su cuartel general era la Casa de la Sabiduría, una institución a medio camino entre biblioteca y universidad.

No está claro quién se dedicaba a cada cosa, y probablemente compartieran tareas, pero se les suele representar como en este sello sirio: Jafar Muhamad con sus astros celestiales, Al-Hasán con sus geometrías y matemáticas, y Ahmad como el mecánico ingeniero. Cuando en la escuela nos enseñan que los conocimientos científicos de los antiguos griegos no se perdieron gracias a los árabes, están hablando de estos tres hombres, que aprovecharon el florecimiento cultural árabe para recoger antiguas enseñanzas del mundo griego (que había ocupado regiones ahora musulmanas), y cuyos libros fueron traducidos al latín e introducidos en Europa tras su muerte.

Pero si hablamos hoy de los hermanos Banū Mūsā, es por su Kitab al-Hiyal, o Libro de los artefactos ingeniosos. Publicado en 850, abarcaba prácticamente todo el conocimiento mecánico contemporáneo e incluía unos cuantos mecanismos ideados por los propios Banū Mūsā o nunca antes plasmados sobre papel: válvulas de flotación, máscaras de gas, sensores de presión, manivelas no operadas manualmente… En total, más de cien artefactos, mecanismos y conceptos.

Probablemente, la aportación más importante de Muhammad, Hasán y Ahmad fue la separación conceptual de los mecanismos y de la mano humana. Desarrollaron un órgano que tocaba cilindros intercambiables gracias a la fuerza del agua; demasiado parecido a una pianola como para no considerarlos sus inventores. También inventaron una flauta mecánica que se podía programar, junto a otros cuantos autómatas. Un siglo después de su muerte, la fabricación de autómatas era un negocio floreciente en el mundo árabe, que pasaría al resto de Europa a través de la península ibérica.


Leonardo da Vinci

Pues sí, el famoso Leonardo, además de helicópteros, escafandras, paracaídas, tanques de guerra, cuadros, esculturas y edificios, también pudo dedicar parte de su vida a los autómatas. Concretamente, construyó uno con una armadura de la época y unos cuantos hierros que tenía por allí tirados. El diseñador italiano Mario Taddei ha dedicado algunos años a investigar y reconstruir el robot davinciano, publicando todo el proceso en un libro .

Este autómata es capaz de mover cuello y brazos con suficiente soltura como para resultar indistinguible de un humano con armadura. La idea de Leonardo era crear un ejército de soldados robots como el que hoy combate en Irak ¿Adelantado a su época?


Hosokawa Hanzo-Yorinao

Hosokawa vivió en el Japón del siglo XVIII, en pleno período Edo. Era maestro artesano de karakuris, autómatas mecánicos para el entretenimiento de las clases acomodadas, capaces de servir el té, escribir con pincel o jugar a juegos de mesa. Los karakuris tenían su origen, primero, en las transferencias culturales naturales entre China y Japón (antes de que los japoneses tuvieran escritura, China ya era un imperio centralizado), y luego en los contactos con comerciantes europeos -portugueses y holandeses, sobre todo- a partir del siglo XVI, que solían navegar cargados de relojes que ofrecían como regalos y sobornos a los mandatarios asiáticos. Además, tengo entendido que la era Edo fue bastante pacífica en comparación a lo anterior, por lo que se pudo desarollar una burguesía que no estuviera pensando constantemente en incendiar el castillo del vecino y encontrara gusto a observar cómo una especie de persona en miniatura con tripas de relojería ejecutaba tareas sencillas.

Los karakuris son un ejemplo magnífico del valle inquietante: sus formas corporales están ocultas por amplios vestidos, y cabeza y manos son de porcelana, dolorosamente reales. Los movimientos que hacen serían hoy calificados de robóticos, pero son más naturales que un break-dancer cualquiera.

Hosokawa-san, además de ser un gran constructor de estas pequeñas maravillas burguesas, hizo algo que le valió pasar a la historia: escribió un libro sobre el tema que fue publicado tras su muerte, en 1798. Tres tomos repletos de cuidadosas y detalladas instrucciones sobre cómo fabricar un karakuri, desde el grosor de la tela del vestido hasta los requisitos mecánicos de las piezas interiores, junto con el espíritu que debería guiar al artesano. Es el libro sobre ingeniería más antiguo de Japón, y supuso una revolución en la forma de transmitir el conocimiento, al romper con la hermética e inviolable enseñanza de maestro a aprendiz que regía entonces.


Leonardo Torres Quevedo

Torres Quevedo nació en Cantabria en 1852, estudió en Bilbao, París y Madrid, y recibió una herencia que le permitió vivir del cuento, dedicado a sus inventos. Ingeniero de caminos de formación, nada más salir de la Escuela comenzó a patentar artefactos e inventos a un ritmo febril. Dos eran las áreas favoritas del ingeniero Torres Quevedo: el transporte y los autómatas. De la primera dejó como legado el transbordador sobre las cataratas del Niágara, inaugurado en 1916. Pero sus progresos en el campo de los automatismos fueron más espectaculares: su Telekino de 1903 fue el primer mecanismo de control por ondas de radio, vamos, el primer mando a distancia. Construyó también máquinas de calcular que resolvían ecuaciones de segundo grado, y desarrolló importantes teorías sobre el cálculo algebraico por métodos mecánicos.

Pero si hablamos hoy de Torres Quevedo, es por su Ajedrecista, un autómata mecánico de 1912 que jugaba al ajedrez con una torre y un rey blancos contra un rey negro controlado por un humano, desde cualquier posición.

El Ajedrecista usaba electroimanes para mover las piezas, y tenía un aspecto muy poco humano. Sin embargo, es descendiente de una venerable saga de robots jugadores de ajedrez que incluye gloriosos fraudes como el del turco mecánico que engañó a toda Europa durante casi un siglo. De alguna manera, el Ajedrecista es el antónimo de aquel Turco; es moderno, transparente y científico, no un entretenimiento de salón para engañar burgueses. Y, siendo el robot más moderno de los que se ha mencionado en esta sección, no era un robot porque la palabra todavía no existía.